K-Barakaldo aldizkaria
Mujeres feministas en las fábricas de la margen izquierda
Varias autoras
General Eléctrica Española, Babcock Wilcox eta La Naval lantegietako langile izandako hainbat emakumeren ahotsek kontatzen digute lan esparruak 60ko hamarkadatik aurrera izan duen garapena. Hasieran bizi izandako diskriminazio egoerek erantzuna izango dute 1976an Bizkaiko Emakumeen Asanblada sortzearekin batera. Ordutik, feminismoak gizarteratutako kezkak eurenak eginez eta aldarrikapen, gatazka eta eztabaida ugari tarteko, euren bidea zabaltzea lortuko dute gizonen nagusitasuna ohikoa zen esparru batean.
Mari Carmen Saiz, Marta de los Hoyos, Rosa García, Paz Marañón, Ana Picaza, Begoña Miñambres, Maria Jose Silvosa, Conchi Núñez, Oliva Esteban
INTODUCCIÓN
El texto que incluimos a continuación fue redactado en 2009. Las autoras fueron las protagonistas de los hechos que se cuentan en él. Así, consideramos que aporta un punto de vista imprescindible, ampliando la perspectiva desde la que se narran los diversos acontecimientos de los años 60, 70 y 80. Destaca las reivindicaciones que habitualmente quedan diluidas entre las múltiples protestas de aquellas convulsas décadas.
Hemos decidido no modificarlo, aunque durante los diez años que han transcurrido desde su redacción la realidad de las fábricas que se mencionan haya cambiado radicalmente. La empresa Babcock Wilcox cerró en 2011, tras 93 años desde su fundación, y La Naval ha cesado recientemente su actividad. Sin embargo, la labor de las mujeres que tuvieron que reclamar su espacio en un sector tan pronunciadamente masculino, el camino hacia el empoderamiento a través de las múltiples reivindicaciones y la construcción de redes de resistencia permanecen como un ejemplo de lucha incansable.
Destaca las reivindicaciones que habitualmente quedan diluidas entre las múltiples protestas de aquellas convulsas décadas.
Las firmantes de este escrito empezamos a trabajar en el comienzo de los años setenta en las grandes empresas del metal de la margen izquierda (B.W., G.E.E. y LA NAVAL).
Altos Hornos de Vizcaya, General Eléctrica Española, Babckok Wilcox, y La Naval tenían una plantilla principalmente masculina, y dentro de cada empresa las ocupaciones de mujeres y hombres estaban sumamente segregadas. En todas las empresas las mujeres estábamos en las oficinas, economatos, comedores y limpieza. En La General también teníamos puestos de taller como bobinadoras y encintadoras. Estos puestos tenían asignada la categoría de peón especialista, y las mujeres que los ocupaban no tenían prácticamente ninguna esperanza de promoción dentro de los talleres. En algunos casos, podían pasar a empleos de oficina, como mecanógrafas y perforistas, puestos que tenían una retribución ligeramente superior a la del taller.
En la GEE, en 1976, la plantilla se componía de 4.134 hombres y 593 mujeres. Era la única empresa que tenía mujeres en los talleres. En la Babcock, las mujeres éramos unas 200 de un total aproximado de 5.000 personas. La Naval tenía en 1969 una plantilla de 4.561 obreros, 705 técnicos y otras 275 personas de administración. Las mujeres éramos unas 80, en administración, limpieza y comedor.
La segregación de los puestos de trabajo se iniciaba en la formación. El acceso de las mujeres al empleo no pasaba por las Escuelas de Aprendices. Cada empresa tenía su Escuela, a la que los trabajadores enviaban a sus hijos varones y así les iban introduciendo en el trabajo del taller. Creemos que no existía ninguna prohibición formal para que las mujeres aprendiesen oficios en las Escuelas. Sencillamente, era impensable. Los estatutos de las universidades laborales (1956), que eran otra de las vías de la formación profesional, expresan el alcance de la segregación de la formación en función del sexo: “se reconoce el derecho de las mujeres trabajadoras a una adecuada educación laboral que podrá organizarse ya en una universidad propia o en Secciones distintas que dependan de las Universidades laborales existentes, siempre a base de la separación de sexos, tanto en los edificios como en las enseñanzas”. Las mujeres accedían a la formación profesional en secretariado, puericultura, corte y confección, auxiliar de clínica y similares.
No existía ninguna prohibición formal para que las mujeres aprendiesen oficios en las Escuelas. Sencillamente, era impensable.
En la época a la que nos referimos, se habían dado ya algunos pasos en la igualdad formal, aunque todavía las mujeres casadas necesitaban el permiso de sus maridos para trabajar fuera de casa. La ley de 22 de julio de 1961, sobre derechos políticos, profesionales y de trabajo de la mujer, había reconocido el derecho a la igualdad de retribución por los trabajos de igual valor. Muy poco más tarde, el Decreto de 1 de febrero de 1962 de desarrollo de la Ley en el orden laboral, realizó la rebaja del principio permitiendo que las reglamentaciones de trabajo, convenios colectivos y reglamentos de régimen interior de empresa atribuyesen diferente valor al trabajo femenino, siempre que las diferencias se justificasen. Así, en las Ordenanzas laborales existían categorías específicamente femeninas. Concretamente la del metal, de agosto de 1970, establecía para los trabajos de las mujeres un coeficiente reductor del 0,9 sobre el salario que recibía el personal masculino de su mismo nivel. En las empresas a las que nosotras pertenecíamos, la discriminación se daba con la asignación de diferentes tareas y categorías.
Por otra parte, un Decreto de 1957 prohibía a las mujeres múltiples actividades, según decía, para proteger su especial naturaleza. Muchas de las tareas eran las que normalmente se desarrollaban en los talleres de nuestras empresas (trabajos con electricidad alta, el manejo de aparatos elevadores como grúas ascensores, el trabajo de mecánico, manipular maquinaria en marcha, levantar pesos de más de veinte kilos, etc.). La prohibición del trabajo nocturno para las mujeres, salvo en algunas profesiones exceptuadas (las sanitarias y servicios de bienestar), terminaba de crear la base legal para la discriminación laboral.
Los hombres recibían una cantidad mensual por esposa sin empleo, los llamados puntos, que las mujeres trabajadoras no podían cobrar aunque su cónyuge estuviese en paro. Los puntos, aunque fueron teniendo una importancia decreciente a lo largo de los años 70, eran uno de los símbolos del orden familiar propuesto.
A partir de la Ley de 1961 desapareció la llamada excedencia forzosa por matrimonio, que imponían numerosas Reglamentaciones de Trabajo de la época, entre ellas la del metal. Pero inmediatamente después, el Decreto de 1962 creó un incentivo a la salida del empleo: la dote por matrimonio. A partir de 1970, la dote era como mínimo de un mes base tarifada de cotización por año, con un máximo de seis meses, salvo que el Reglamento de Régimen interior o el Convenio Colectivo diesen más. La Ordenanza del metal daba una indemnización más alta: un mes de salario real por año, con un máximo de nueve meses.
En los años 70, las mujeres siguieron dejando la empresa al casarse por muchos motivos. El dinero de la dote servía para hacer frente a los gastos de la nueva vivienda, y muchas se adelantaban a retirarse de la fábrica con una indemnización, pensando que de todos modos lo iban a tener que hacer más adelante, con la llegada de los hijos. El recurso casi único que entonces existía para atender a las criaturas mientras su madre trabajaba eran las abuelas. Había muy pocas guarderías, y la edad de escolarización obligatoria eran los seis años. Muchas de las que dejaron su empleo con excedencia después de ser madres, se encontraron con la imposibilidad de volver a la empresa en una época de reducciones de plantilla por la crisis económica.
La presión social para dejar el empleo era enorme. La hombría de los varones se medía en su capacidad de mantener una familia sin necesidad de que su esposa trabajase fuera. Hay que decir que en muchos casos la salida de la fábrica con la trampa de la dote no suponía el comienzo de una vida dedicada sólo al trabajo doméstico. Debido a la insuficiencia del salario del marido, porque él perdiese el trabajo o por viudedad, bastantes mujeres antes o después pasaban a trabajar –casi siempre en la economía sumergida- como empleadas domésticas a tiempo parcial, en la hostelería, como costureras a domicilio… Algunas también, como ayudantes sin declarar de sus maridos autónomos.
La postura de los compañeros frente a la presencia de las casadas en la empresa la expresa una mujer, que después de casada regresó con otras diez en una época en que había mucha demanda de trabajo, diciendo que el ambiente era el de “recordarte continuamente qué pintabas en la fábrica, con lo bien que estarías en casa”. La idea de que la pérdida de independencia económica fuese algo negativo no estaba en la cabeza de la mayoría, ni hombres ni mujeres.
Así que, mientras estaban en la fábrica, el trabajo de las solteras se tomaba como algo transitorio, que terminaría con el matrimonio. El salario de las casadas, si existía, se consideraba un complemento del salario del marido.
En las grandes fábricas de la margen izquierda, casi todas las sindicalistas trabajábamos en las oficinas. El número de personas de un Comité de empresa varía según el tamaño de la plantilla, pero da idea de la desigualdad el que en algunos años en la GEE fuimos 3 mujeres en un Comité de 51 personas (éramos 2 empresas, Trápaga y Galindo). En la Babcock sólo hubo una mujer y en la Naval, una mujer delegada sindical. El que los representantes de los obreros del taller fuesen todos hombres podía tener explicación en la práctica ausencia de las mujeres. Sin embargo, en las oficinas, aunque ellos ocupaban todos los puestos técnicos, también había mujeres administrativas, pero los líderes, los que sabían, eran ellos. Como hemos dicho, las mujeres vivían el empleo como algo provisional, a lo que se añadía la escasa autovaloración que solíamos tener, el mayor miedo escénico… En aquella época, se daba por bueno el argumento de las mujeres no estáis porque no queréis.

Sin embargo, hay que destacar la importante participación de las mujeres en todas las luchas. En la época de la clandestinidad, las sindicalistas desarrollaban una gran actividad, debido entre otras cosas a que la mayoría estaba organizada en partidos políticos y poseían una conciencia de clase alta. Había también mujeres procedentes del mundo cristiano (HOAC y JOC). Ha habido mujeres represaliadas en todas las luchas obreras, mujeres detenidas, despedidas, marginadas por su opción sindical… Hubo quienes sintieron que tenían que escoger entre tener hijos y su vida militante, y optaron por esto último.
LA IRRUPCIÓN DEL FEMINISMO A PARTIR DE MEDIADOS DE LOS AÑOS 70
En el año 1976, se creó en Bizkaia la Asamblea de Mujeres, formada por mujeres independientes, militantes de partidos políticos de izquierda y sindicalistas. La creación de una organización feminista que era punto de encuentro de mujeres obreras, estudiantes, profesionales, militantes de barrios, fue un revulsivo para nosotras.
Las ideas feministas dieron una nueva dimensión a nuestra manera de entender la lucha social. En la Ponencia ‘Una experiencia sindical y feminista’, de las II Jornadas de Euskadi de 1984, recordábamos así la nueva toma de conciencia: “nuestros compañeros, los hombres con los que habíamos estado luchando, aparecen ante nosotras como cómplices de nuestra opresión, algo nos separa de ellos”, “el hecho de dejar la piel en el trabajo asalariado no nos libra de seguir haciendo las tareas domésticas”, “las organizaciones de clase tampoco son el reino de la igualdad entre militantes hombres y mujeres; a la hora de luchar todos somos iguales, pero a la hora de repartir las tareas no es indiferente el sexo (…)”.

Ilustración del documento recopilatorio de las II Jornadas Feministas de Euskadi, celebradas en Leioa en 1984. Centro de Documentación de la Mujer Maite Albiz
GRUPOS UNITARIOS DE FÁBRICA
La idea de que las mujeres necesitábamos una organización autónoma se trasladó a la empresa mediante los grupos unitarios de fábrica. Los grupos unitarios estuvieron compuestos por mujeres independientes y de los sindicatos CCOO (de las dos corrientes) y LAB. En el metal de la margen izquierda, la GEE, Babcock Wilcox y La Naval tuvieron grupo de mujeres. Los grupos se vieron como una fórmula para unir fuerzas feministas en cada centro y dar además un espacio de trabajo a mujeres no sindicadas.
La aparición de grupos de mujeres que planteaban la necesidad de organizarse como tales dentro de las fábricas y sindicatos no fue bien acogida por muchos hombres, y también por algunas mujeres luchadoras, preocupadas por lo que pudiera suponer de división en el movimiento obrero. La expresión “autodiscriminación” se utilizaba para calificar la autoorganización de las mujeres. Cuando además exigimos representación en los órganos sindicales, para defender nuestros intereses específicos, una parte de los hombres y mujeres sindicalistas entendían que estábamos pidiendo “unos privilegios que no tienen el resto de los trabajadores, ya que estamos en igualdad de condiciones para presentarnos a la elección que los demás, y para salir elegidas”11977: I Jornadas Feministas de Euskadi. Ponencia ‘Trabajadoras feministas de Babcock Wilcox’, Leioa. A lo largo del tiempo, cada vez más mujeres fueron aceptando la organización autónoma.

Necesitábamos agruparnos para tomar conciencia de nuestra opresión. Si la opresión de clase no era la única que sufríamos, ¿un grupo de fábrica tenía que discutir de sexualidad, o proponerse como función asesorar a las compañeras en planificación familiar? Además, se abrían nuevos objetivos al movimiento obrero, como el control de los trabajos que estaban desarrollando mujeres embarazadas, o la lucha por guarderías.
La explotación capitalista tenía para nosotras formas específicas en las mujeres, no sólo por los salarios más bajos o la falta de promoción, sino por el uso de las mujeres como ejército de reserva que se podía utilizar según la conveniencia del momento económico.
En la Babcock el grupo de mujeres tuvo su antecedente en un grupo para tratar sobre el tema de las guarderías, abierto también a los hombres. No se consiguió que ellos participasen, pero sirvió para iniciar una dinámica de trabajo entre nosotras y para tener aún más clara la necesidad de la organización autónoma de las mujeres. La comisión de guardería hizo un informe sobre las que existían, horarios y otras condiciones. En el Convenio Colectivo de 1975 se plantearon algunas reivindicaciones como la igualdad salarial, ampliación del permiso de maternidad y una guardería, pero “estas cuestiones fueron rápidamente abandonadas, al considerar que había otros puntos reivindicativos de mucha mayor importancia”21977: I Jornadas Feministas de Euskadi. Ponencia ‘Trabajadoras feministas de Babcock Wilcox’, Leioa. Con respecto a nuestras reivindicaciones como trabajadoras, siempre parecía que las planteábamos a destiempo, siempre había algo más urgente.
Describíamos la opresión de las mujeres como una doble explotación, la de la fábrica y la de las tareas domésticas. La explotación capitalista tenía para nosotras formas específicas en las mujeres, no sólo por los salarios más bajos o la falta de promoción, sino por el uso de las mujeres como ejército de reserva que se podía utilizar según la conveniencia del momento económico.
En cuanto al trabajo doméstico, exigíamos su colectivización total, y mientras tanto, el repartirlo con los hombres “precisamente para integrar a la lucha por estas reivindicaciones a todos nuestros compañeros”31977: I Jornadas Feministas de Euskadi. Ponencia ‘Mujer y Crisis Económica’, Leioa.
En las primeras Jornadas feministas de Euskadi, de 1977, en la ponencia titulada “Mujer y trabajo” describíamos el impacto de la crisis económica de los 70 en la relación de las mujeres con el empleo: “en Euskadi, como en el resto del Estado se da cada vez con más frecuencia que las mujeres no abandonan el puesto de trabajo al casarse. Esto se debe fundamentalmente a la crisis que atravesamos y a la consiguiente disminución de los salarios reales. […] Este hecho choca con el ideal que hasta ahora teníamos las mujeres trabajadoras, de que el trabajo fuera de casa terminaría con el matrimonio. […] Al plantearnos que después de casadas seguiremos en nuestros trabajos por un tiempo que no podemos prever, comenzamos a preocuparnos seriamente por los problemas generales o concretos de nuestro trabajo. […] Comenzamos a sentirnos verdaderamente explotadas y a hacer frente a nuestra explotación”.

Ilustración del documento recopilatorio de las I Jorna- das Feministas de Euskadi, celebradas en Leioa en 1977. Centro de Documentación de la Mujer Maite Albiz
Las reivindicaciones de aquellos años eran la igualdad salarial, el derecho a la formación y promoción profesionales, la desaparición de los trabajos prohibidos, y el no a los despidos ni a las bajas incentivadas para las mujeres.
La autonomía económica tenía una importancia que iba mucho más allá de lo económico, era lo que pensábamos que nos permitiría otras libertades, por lo que la consigna “una mujer, un puesto de trabajo” fue prioritaria en aquellos años.
En el contexto de la crisis, esto último era lo que más importante nos parecía. La idea de que las mujeres teníamos el deber de dejar el empleo disponible a los cabezas de familia estaba arraigada en todas partes. Aunque a finales de los años 70 las ideas de igualdad estaban más extendidas, cuando la empresa ofrecía la salida indemnizada a las mujeres, a muchas de ellas les parecía normal, y a los hombres también. Pensaban entonces que si una buena parte de la población iba a perder su puesto de trabajo, era lógico intentar mantener al menos el de los cabezas de familia.
Para nosotras la autonomía económica tenía una importancia que iba mucho más allá de lo económico, era lo que pensábamos que nos permitiría otras libertades, por lo que la consigna “una mujer, un puesto de trabajo” fue prioritaria en aquellos años.
Las sindicalistas feministas recogimos las consecuencias de la crisis económica de los 70 más allá del marco de la fábrica. Por un lado, el aumento del trabajo reproductivo, la necesidad de las mujeres de hacer más tareas en el ámbito doméstico para suplir la bajada de la capacidad adquisitiva de los maridos “un montón de horas de trabajo suplementarias, por ejemplo remendando la ropa en vez de comprarla nueva; yendo a los mercados más lejanos en vez de a la tienda de al lado, para comprar más barato; no comprar cosas hechas sino hacerlas en casa…”41977: I Jornadas Feministas de Euskadi. Ponencia ‘Mujer y Crisis Económica’, Leioa. Por otro lado, se planteaba la urgente necesidad de aportar dinero, lo que empujaba a las mujeres a buscar empleo en el sector doméstico, a tiempo completo o parcial.
La existencia del trabajo de las empleadas de hogar, ausente hasta entonces de las preocupaciones del mundo sindical, apareció de nuestra mano. También nos preocupaba entonces que mujeres trabajasen en la prostitución, y decíamos “nosotras estamos en contra de la prostitución, por considerar que es una de las formas más evidentes de la explotación sexual a que estamos sometidas las mujeres (…) queremos abrir un debate sobre las reivindicaciones sindicales y a corto plazo que tienen planteadas las prostitutas, sobre todo, viendo que no es tan lejano su problema al de cualquier mujer y que el movimiento y los sindicatos han de decir algo al respecto, aunque vemos el problema de la institucionalización de la prostitución”51977: I Jornadas Feministas de Euskadi. Ponencia ‘Mujer y Crisis Económica’, Leioa.

En el contexto de la oposición obrera a los despidos en la reconversión industrial de finales de los 70, hubo varias experiencias de lucha por parte de las esposas de los trabajadores. La primera experiencia fue la de las mujeres de los de la Babcock, apoyando a sus maridos en la lucha contra el expediente de regulación. Esto se repetiría luego en la Olarra, GEE, Echevarria, Euskalduna, etc.
LA EXPERIENCIA DE LAS MUJERES DE LOS TRABAJADORES DE LA GEE
Las mujeres de los trabajadores de la GEE comenzaron a agruparse a propuesta de la esposa de uno de los trabajadores, que no tenía empleo, y de algunas sindicalistas de la empresa. Los sindicatos como tales no tuvieron participación especial en la iniciativa.
El objetivo de las convocantes fue el sumar fuerzas a las acciones de protesta contra el expediente de reconversión, promoviendo que las esposas participasen en algunas acciones de sus maridos (manifestaciones, concentraciones) y también realizasen acciones propias. El movimiento comienza cuando la huelga ya está iniciada, y “estas mujeres, sin otro medio de subsistencia más que el sueldo que llega por parte del marido, deciden que allí se estaba jugando con su cocido y el de sus hijos, y que por lo tanto debían de hacer algo, y se ponen manos a la obra”61984: II Jornadas Feministas de Euskadi. Ponencia ‘Profesion: sus labores’, Leioa.
También era un objetivo muy importante el conseguir la adhesión de las esposas a la huelga. Había un miedo a que éstas, frente a periodos largos sin ingresos en casa, presionasen a sus maridos para que volviesen al trabajo a cualquier precio. Nos parecía que si tomaban parte activa saliendo de casa y viviendo el conflicto también desde la calle les iba a ser más fácil apoyar posturas de resistencia.
La participación de las esposas no fue mayoritaria, pero sí muy amplia. Las actividades se programaban en asambleas, y consistieron en acciones de difusión de la solidaridad, concentraciones, piquetes, toma de artículos del economato de la fábrica…
Bastantes hombres no permitían a sus mujeres sumarse al movimiento. A pesar de eso, unas cuantas lo hicieron y “a ellos no les gustaba que participaran en sus cosas, que se enterasen de lo que pintaban o no pintaban en la lucha, que participaran directamente en acciones que ellos proponían o las que hacían sin contar con ellos”71984: II Jornadas Feministas de Euskadi. Ponencia ‘Profesion: sus labores’, Leioa.
La participación de las mujeres fue muy importante de cara al conflicto, sobre todo por la suma de fuerzas que representaba. Llegaron a tener lugar situaciones que no estaban previstas: a veces, las mujeres iban más lejos que sus maridos, porque ellas no tenían sus mismos condicionantes, tales como la dependencia del puesto de trabajo, del sindicato…
De cara a si mismas, avanzaron en seguridad y autoestima, participaban en las asambleas, tenían iniciativas y disfrutaban de lo bueno que tiene el establecer relaciones sociales, saliendo del aislamiento doméstico. En algunos casos, su papel fuera de casa mejoró la situación de dentro, las tareas domésticas se repartían algo más con los hombres. En otros casos no hubo ningún cambio en la actitud por parte de ellos, y tenían que hacer equilibrios para llegar a todo. Contaron con el apoyo de las vecinas, que les cuidaban las criaturas.
En la relación con sus maridos, pudieron opinar sobre lo que estaba ocurriendo sin escuchar el ‘calla, que tú no entiendes’. Cuando la huelga de la GEE terminó, los cambios de papel doméstico no se mantuvieron.
NOSOTRAS EN EL MOVIMIENTO FEMINISTA
La visión feminista de nuestra situación nos llevó también a la idea de que necesitábamos alianzas con otras mujeres no obreras, lo que realizábamos con nuestra presencia en la organización que entonces unía al movimiento feminista en Bizkaia, la Asamblea de Mujeres.
En la Ponencia ‘Mujer y trabajo’ de las Jornadas de Euskadi de 1984, sobre nuestra presencia en la Asamblea, decíamos “nos hemos encontrado con algunas dificultades: – poca acogida en la Asamblea de los problemas de las asalariadas; – prejuicios infundados mutuos, y por otro lado, categorías preestablecidas sobre lo que supone ser más feminista o menos”.
En los primeros años de la organización, la lucha por los derechos sexuales, el derecho a la anticoncepción y al aborto, contra las desigualdades en la familia, el derecho al divorcio, contra los delitos femeninos, la violencia contra las mujeres… nos unificaba a todas.
Además de dar forma a reivindicaciones nuestras, hacíamos un esfuerzo por incorporar los objetivos feministas a las causas en las que ya estábamos, por ejemplo, introduciendo en la lucha por la amnistía política los delitos femeninos, como el abandono de hogar, el aborto, el ejercicio de la prostitución…
En los primeros años del movimiento, hubo un debate continuo entre las posturas a favor y en contra de la doble militancia. Algunas de nosotras veíamos necesaria la participación en organismos mixtos, otras mujeres consideraban que los intereses de las mujeres quedaban en segundo plano y que la única manera de evitarlo era dedicar toda nuestra energía a la construcción de organizaciones autónomas.
El que los objetivos de las mujeres obreras tuvieran poca acogida, tuvo que ver con que nuestro trabajo se daba en organizaciones mixtas dirigidas por hombres. Porque por otra parte, el empleo fuera de casa siempre fue considerado por todas como una necesidad para la autonomía personal, y, por tanto, un objetivo feminista.
Uno de los debates en el que se reflejaron las diferentes posiciones sobre cómo hacer feminismo fue el de apoyar o no las luchas de las esposas de los trabajadores de empresas en reestructuración. Para algunas la lucha no tenía interés desde el punto de vista feminista, porque aquellas mujeres no estaban cuestionando su papel de esposas dependientes económicamente de sus maridos. Lo que pedían es que ellos no perdiesen el puesto de trabajo que proporcionaba el ingreso de la familia.

La posición final fue el que la Asamblea tenía que apoyarles, como debía apoyar cualquier lucha de mujeres que se rebelasen a favor de sus intereses inmediatos, y por la mejora de sus condiciones de vida; ellas estaban peleando por su fuente de ingresos. Las sindicalistas, que ya habíamos hecho la experiencia de acompañar a aquellas esposas de trabajadores en su día a día de asambleas y movilizaciones, estábamos convencidas de que el resultado de aquella actividad estaba mejorando también su posición respecto a los hombres, a pesar de que el objetivo explícito de la lucha no fuese directamente su subordinación a ellos o su cambio de papel social.
AQUELLOS TIEMPOS, VISTOS DESDE HOY
En estos momentos, todos los sindicatos tienen un área de mujer. En todos ellos, el área tiene representación en los órganos de dirección del sindicato, porque se reconoce que sin esa presencia no se puede garantizar que los intereses de las mujeres se tengan en cuenta en el diseño de las políticas.
Ideas como que la acción positiva es un privilegio indebido o que las mujeres nos autodiscriminamos cuando nos presentamos como grupo, han perdido la fuerza que tenían cuando nosotras comenzamos. Cuando no existen mujeres en un ámbito, ya no vale como explicación el ‘no están porque no quieren’, ni en los sindicatos ni en ningún otro lugar.
Creemos que la posición favorable al trabajo en organizaciones mixtas, partidos, sindicatos y otras asociaciones es mayoritaria entre las mujeres feministas, aunque muchas –aquí nos incluimos nosotras- seguimos considerando imprescindible el movimiento autónomo de mujeres.

Algunas de nuestras ideas de entonces sobre la colectivización total del trabajo doméstico, o el trabajo en la prostitución, las matizaríamos y dotaríamos de más contenidos, fruto de la reflexión del movimiento feminista en la época posterior.
En los últimos años se han dictado dos Leyes de igualdad, una en la Comunidad Autónoma Vasca y otra estatal, que recogen muchos de los principios que nosotras defendíamos, y otros que nosotras entonces ni siquiera nos planteábamos, como la paridad en los órganos de participación política.

Han pasado treinta años desde que empezó a caer la barrera de las desigualdades formales para las mujeres en el empleo. Sin embargo, si volvemos la vista a lo que queda de aquellas empresas del metal de la margen izquierda, la desigualdad sigue siendo enorme. En la Babcock, hay 58 mujeres y 404 hombres. En la GEE, ahora dividida en tres, hay: ABB, 51 mujeres y 390 hombres; ALSTHOM, 201 hombres y 29 mujeres en el personal fijo, y 6 mujeres y 68 hombres en el personal eventual; BOMBARDIER, 27 mujeres y 124 hombres. NAVAL: Actualmente “Construcciones Navales del Norte, S.L.”. Una plantilla de 433 personas, de las cuales 40 son mujeres.
En estas empresas, actualmente, hay algunas mujeres soldadoras, cableadoras, electricistas, ingenieras… Hace unos años estos trabajos eran impensables para las mujeres. La mayoría de los puestos siguen siendo de administración.
No podemos entrar aquí a analizar los motivos por los que las desigualdades se han mantenido, y además no son cosa del pasado sino que se reproducen en las generaciones de mujeres y hombres jóvenes. Siguen haciendo falta sindicalistas feministas.
Esta idea nos obligó a dar manotazos en todas las direcciones y en todos los sitios, desde la casa hasta la fábrica, pasando por el sindicato, pero nos alegramos de haberlo vivido.
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Para finalizar, queremos destacar que el recuerdo de esa época tiene que recoger no sólo el punto de vista de los “líderes sindicales”, hombres en su mayoría”, sino de todas aquellas mujeres que fueron auténticas líderes, que lucharon contra corriente en una sociedad machista que no estaba acostumbrada a que las mujeres cubrieran esos papeles. Unas mujeres que, además de tener que cuestionarse la forma en que fueron educadas y el modelo de vida imperante, muchas veces tuvieron que sortear la incomprensión de sus propios compañeros de fatigas (poco acostumbrados a valorar como iguales a sus compañeras), que bregaban con dobles quehaceres, los públicos y los de casa, con el cuidado a los dependientes (fueran niños, ancianos, o enfermos).
La historia contada estaría incompleta si no habláramos de todo esto.
Creemos que nuestra pelea sirvió para abrir camino en una dirección nueva para nosotras mismas y para nuestros compañeros: la defensa de que lo personal es político, con todas sus amplias consecuencias.
Margen Izquierda, Octubre 2009

Dedicado a Amaia Lorea, feminista, una de las pioneras en Babckok Wilcox en el trabajo con mujeres, fallecida en 2003.
Un agradecimiento especial para Isabel Otxoa, colaboradora de este escrito.
Mari Carmen Saiz, Marta de los Hoyos, Rosa García, Paz Marañón (G.E.E.), Ana Picaza, Begoña Miñambres, Mari Jose Silvosa (B.W.), Conchi Núñez, Oliva Esteban (La Naval).